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Historia de la Guardia Civil

HISTORIA DE LA GUARDIA CIVIL - 1858 - INTRODUCCION

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INTRODUCCION

GUARDIA CIVIL1848- INTRODUCCIONLa miseria, esa plaga terrible, carácter distintivo de la especie humana, ha sido y será, mientras este mundo exista, el origen, el foco, el manantial perenne de todos los males que nos afligen. El hombre es y será siempre miserable en la tierra, como que viene á ella en estado de maldición. La sociedad de los hombres, en medio de los portentos que ofrece cada día á la contemplación del espíritu humano, asombrado de su propia insondable grandeza, es y estará siempre llena de imperfecciones y desórdenes.

Uno de los aspectos más horribles de la miseria humana es ese estado de lucha perpetua en que vemos al hombre contra el hombre. La religión, con sus inefables misterios y sus máximas sublimes; las leyes, cuyos principios y fundamentos emanan de aquella ley natural, sabia, divina y constante que preside á la creación del universo, despiertan en el hombre los nobles sentimientos que residen en el fondo de su alma, y procuran apartarlo del sendero del mal hacia el cual le arrastran constantemente los instintos de su naturaleza carnal y deleznable.

La educación religiosa y moral desarrolla en el corazón del hombre el amor y el respeto á todas las virtudes, á todo lo justo, á todo lo bueno; y el extenderla á todas las clases de la sociedad es una obligación de las más esenciales, si no la primera de los Gobiernos que rigen naciones civilizadas. Moralizarlas.

Pero ni la religión con sus máximas, ni las leyes con su terrible sanción son bastantes á evitar los desafueros y maldades de los hombres dotados de perversos instintos. Esos seres degradados, escoria y baldón de la especie humana, que á manera de bestias feroces se arrancan del seno de la sociedad para revolverse contra ella; que se constituyen en abiertos enemigos de sus conciudadanos; que sin respeto ni temor á las leyes divinas y humanas arman su brazo sanguinario con el puñal homicida, y se regalan y regocijan en su azarosa vida con el fruto de sus crímenes y depredaciones, son la plaga más funesta para los pueblos y para los ciudadanos pacíficos y honrados.

Trasladémonos por un instante á alguna de nuestras ricas comarcas agrícolas. Ni los fríos excesivos del invierno, ni las tempestades del verano, ni las nubes de langostas, ni todo el rigor de las estaciones, conturban tanto el ánimo del labrador como la triste noticia de haber aparecido una cuadrilla de hombres desalmados en los campos que riega y fecunda de continuo con el sudor de su frente. Contempla con los ojos arrasados de lágrimas coartada su actividad, no pudiendo separarse del recinto del vecindario donde mora por temor de dar en manos de aquellos hombres inicuos, abandonada su hacienda, perdido el fruto de sus afanes, la esperanza, el porvenir y el bienestar de su familia.

El bandido es el enemigo declarado de la civilización; un aborto del infierno, peor mil veces que las fieras que se albergan en lo más profundo de las cavernas y de los bosques. Una guerra fratricida deja desolada y yerma á una nación y relajados en ella los vínculos sociales; si bien crea héroes que trasmiten sus hechos gloriosos á la posteridad. Lleva la civilización y la cultura en sus conquistas, y ennoblece al hombre con las acciones generosas que durante ella practica.

Un terremoto hunde y desploma ciudades y pueblos; una epidemia lleva al seno de las familias la aflicción y los quebrantos.... Pues bien: en medio de esas terribles calamidades que angustian á los buenos ciudadanos, suelen presentarse esas hidras de la humanidad, y entonces es cuando salen más osados de sus guaridas, en mayor número, á insultar á sus semejantes en la desgracia, á poner el último sello á su ruina. En los tiempos normales, en que las naciones disfrutan de paz y sosiego, y en que los Gobiernos sólo atienden á las mejoras y adelantos que reclama la civilización, y ejercen mayor vigilancia en el cumplimiento de las leyes y en la represión de los crímenes, el bandido se oculta en su guarida, por lo regular habita en las mismas poblaciones, y desde allí, como el tigre escondido, acecha el instante oportuno de saltar sobre su presa, no pierde de vista al hombre activo, emprendedor é industrioso, al rico hacendado, al hijo de acomodadas familias, y hasta al pobre y afanoso trajinante, para en un momento dado, y con exquisita violencia, llevar á cabo sus dañados fines, saciando sus inclinaciones protervas.

La persecución de los malhechores, la extirpación de ese cáncer social, es un deber imprescindible para todo Gobierno que se estime, que tenga la conciencia de lo que es. Pero ¿cuál será el medio más adaptable para llevarla á cabo? ¿Será por ventura preferible dejar al cuidado de las provincias y municipalidades la organización de fuerzas aisladas, que, dependiendo solamente de dichas corporaciones, obren en sus respectivos distritos; ó se deberán destinar las fuerzas del Ejército á tan ímprobo trabajo; ó será quizás el medio único y el más eficaz para obtener tan importante resultado la organización de una fuerza especial y poderosa, cuyos individuos, escogidos entre los mejores soldados del Ejército, sujetos á la más rígida disciplina, en la que no quepa el perdón á las faltas más leves, al par que dotados de amplias atribuciones en el ejercicio de su cometido, con Jefes de reconocido mérito y rectitud, abrace todo el ámbito de la nación, y obedeciendo á órdenes emanadas de un centro común, imprima á sus operaciones la fuerza irresistible del conjunto? Más de setecientos años abraza la historia que ofrecemos al ilustrado criterio del público. Durante tan largo espacio de tiempo, repetidísimas voces se han ensayado los tres medios indicados, y ninguno como el último, según nuestra humilde opinión, hoy ya generalizada, es tan preferible ni ha dado resultados más brillantes.

Sin que sea nuestro ánimo amenguar en lo más mínimo los servicios que en ciertas y determinadas provincias han prestado y prestan aún ciertas fuerzas creadas por las mismas con destino á la persecución de malhechores, antes bien en el curso de nuestra obra les tributaremos las alabanzas debidas, creemos, no obstante, y hoy es una verdad trivial que no necesita demostrarse, que la organización de dichas fuerzas aisladas no puede ser admisible como un sistema general para toda la nación, entre otras razones que omitimos, porque en ellas no se encuentra esa rigidez que las moraliza, esa paternidad que las alienta, y ese porvenir que las ampara. Por otra parte, ni todas las provincias se encuentran en el mismo caso, ni á su alcance están los mismos recursos. A más, que á fuerzas creadas de esa manera les faltaría la unidad de acción, y en su heterogeneidad se verían privadas de la gran fuerza moral que lleva en sí una institución poderosa, dependiente solamente del alto poder ejecutivo del Estado. Carecería, en fin, de espíritu de cuerpo. No contarían sus individuos con el fuerte apoyo de su Jefe principal; no recibirían de él ese soplo divino, que sólo por un don del cielo es peculiar á ciertos hombres, porque es menester consignar que el Gobierno puede conceder elementos, pero nadie dispone del don especial para aplicarlos.

En épocas dadas, y sobre todo en el primer tercio de este siglo, hanse visto las más ricas provincias de España gimiendo bajo el azote de numerosas partidas de facinerosos, que, con una osadía sin límites, recorrían y devastaban el país, robaban y maltrataban al caminante, y causaban las mayores vejaciones, no solamente á los labradores, sino también á los pueblos de corto vecindario. Entonces se emplearon en su persecución numerosas fuerzas del Ejército; ¿cuáles fueron los resultados obtenidos? Nulos, en comparación de los inmensos sacrificios hechos y del desprestigio que recaía sobre las tropas destinadas á tal empresa. A veces miles de hombres de las armas de infantería y caballería estaban largo tiempo persiguiendo á alguna de dichas partidas, que, cual si fuese una sombra, aparecía ó desaparecía como por ensalmo, fatigando y burlando siempre los afanes de sus aguerridos perseguidores. Los batallones y escuadrones del Ejército, por su organización, instrucción y disciplina, por su ser, en fin, constitutivo, por las unidades de que se compone, tienen un alto fin: su misión es la guarda y defensa del país, operando en grandes masas y con arreglo á los conocimientos más sublimes de la estrategia y de la táctica. Separar al soldado de sus filas, fraccionar y diseminar en pequeñas partidas los regimientos y escuadrones, es deshacer y desmoralizar el Ejército, dar lugar á que el soldado jamás adquiera los hábitos militares, ni el valor, la instrucción y disciplina con que debe conducirse en las grandes funciones de la guerra, y, por último, es hacer en vano inmensos sacrificios, destrozando inútilmente el vestuario y armamento. Es, digámoslo lo de una vez, desorganizarlo y destruirlo.

El bandido, el malhechor, es una fiera dotada de discernimiento. Escoge á su placer el campo de sus operaciones, el tiempo y hasta la hora y sitio para ejecutarlas; con el terror que inspira ó con las dádivas que reparte, se proporciona fieles y astutos confidentes; con el exacto y detallado conocimiento que posee del terreno donde ejerce sus vandálicas correrías, abriga la esperanza de la impunidad de sus atentados; y, ora se presenta resueltamente desafiando á la fuerza pública, ora se oculta con no menor osadía entre sus mismos conciudadanos, seguro de que ninguno se atreverá á delatarlo ó á entregarle al brazo de la justicia. Es necesario, pues, para evitar y contener sus desmanes, crearle, digámoslo así, una sombra que le siga á todas partes, y, para castigar sus tropelías, que por esta sombra esté constantemente vigilado con un ojo avizor que lo distinga en medio de sus conciudadanos, que no lo pierda un momento de vista, que adivine sus pensamientos, que conozca tan perfectamente como él el campo de sus operaciones, y que en el momento de poner en práctica sus punibles intentos, se lance sobre él y lo entregue á todo el rigor de las leyes, y ahogue sus sanguinarios instintos. Semejante satisfactorio resultado sólo puede alcanzarlo una institución poderosa, organizada especialmente para proteger la propiedad y la seguridad individual, y que abarque con sus robustos brazos todos los ámbitos de la nación.

De aquí la necesidad indispensable del sostenimiento y ostensible desarrollo moral y material de una fuerza pública como la actual Guardia Civil. En los antiguos tiempos solamente las Hermandades llenaron, si no cumplidamente, al menos con reconocida utilidad pública, el cometido de la protección y de la seguridad que les fué encomendada; y hoy vemos con suma complacencia que la Guardia Civil, en los pocos años que cuenta de una existencia ya robustecida por medio de sus gloriosos hechos, iguala, si no es que supera, á aquellas antiquísimas instituciones, monumento de nuestra historia, gloria de nuestra civilización, cuna del Ejército permanente en España.

Nuestro trabajo, pues, tenderá á elevarla al grado de perfección en que deseamos verla, para bien de nuestro país. Nuestra esfuerzos se dirigirán constantemente á este fin, y con él, y no para pretensiones mezquinas, hemos emprendido, llevados los mejores deseos, el presente estudio histórico, en el que procuraremos poner de relieve la creación y las vicisitudes por que han pasado las referidas instituciones, á través de los siglos y las sangrientas guerras sostenidas durante ellos por la nación generosa que dictó leyes al mundo. Difícil tarea es la que nos hemos impuesto, pero fácil á la vez, si se atiende á la sinceridad los deseos que nos guían y á la indulgencia que reclamamos de nuestros lectores para juzgarla.

- HISTORIA DE LA GUARDIA CIVIL - (1858)

- HISTORIA GUARDIA CIVIL -1858- DESDE ALFONSO VI HASTA LOS REYES CATÓLICOS. (1073 Á 1474) CAPITULO I.

- HISTORIA GUARDIA CIVIL -1858- DESDE ALFONSO VI HASTA LOS REYES CATÓLICOS. (1073 Á 1474) CAPITULO II

Himno Guardia Civil